Un nuevo milenio.
Paisaje apropiado/ paisaje interpretado

Hemos hablado ya de la afortunada espontaneidad discursiva que convierte a toda la producción plástica de Jaime Sánchez en una obra viva, cambiante y fascinante desde todos los puntos de vista. Con la llegada del año 2000, fruto del subterfugio que ha encontrado nuestro pintor en la literatura y dentro de ésta en los autores dramáticos y fantásticos de finales del XIX y primera mitad del XX leídos desde muy joven (Verne, Poe, Mann…) a Jaime le llama la atención el paisaje concebido como lugar por descubrir, pero también abordado desde las contradicciones que habitan el alma humana. Un género clásico visto y entendido como lugar indómito, apabullante, misterioso, pero al mismo tiempo susceptible de servir de marco a una supuesta experimentación científica, y por lo tanto peligrosamente abierto a la aventura romántica de lo grandioso e inalcanzable. ¿Marco irreal de una realidad incomprensible…?

Jaime Sánchez recrea además un género en el que el pintor arroja todos sus miedos, donde se proyecta a través de los egos y los agujeros negros, los cuales nos advierten del peligro de caer en el abismo de lo ignoto o, más hondo aún, en la oscuridad de un hipotético Averno donde sólo habitan el frío y las tinieblas. Aunque, pensándolo bien, ese mundo subterráneo no sería más que la prolongación del hábitat desolador que se extiende hacia el infinito en el exterior de la cueva…

La majestuosa serie Geografía emprendida a finales de 1999 y concluida bien entrado el 2000, constituyó un proyecto de gran envergadura. En líneas generales, el autor retoma el paisaje abordando su pureza pictoricista desde la idea existencial del no-lugar. Los alrededor de veinte cuadros en gran formato pintados a la manera de la pintura tradicional (óleo sobre lienzo, caballete y pincel) y enmarcados en planchas de acero gris, configuran además un bello conjunto de panorámicas heladas; paisajes polares con amplias y vertiginosas perspectivas, despojados de presencia humana explícita y sumidos en un angustiante viaje a ninguna parte…

La serie Geografía se expuso en la galería madrileña Rina Bowen de Madrid en noviembre de 2000 y le valió a su autor un merecido primer premio en el Certamen de Pintura de Caja Castilla- La Mancha, recibido de manos de Rafael Canogar. En esta misma exposición Jaime introduce por vez primera una instalación denominada “Egos”, compuesta por veinte cilindros alineados con inscripciones incisas en resina de poliéster, emulando rollos de escritura congelada, como sellos de identidad paradójicamente confundidos en su reiterada seriación.

Mil leguas en que la nieve danza.
A cada lado de la Gran Muralla, sólo una blanca vastedad.
En el gran río de extremo a extremo,
el caudal está helado y perdido el oleaje.
Las montañas danzan y danzan
como serpientes de plata;
elefantes de cera, las tierras altas se deslizan
como si compitieran con los cielos.






Estela 2
1999
Técnica: Oleo sobre tela
Dimensiones: 1,84 mts x 88 cmts
Marco: Chapa de hierro















Egos, fragmento geografía
1999
Técnica: Oleo sobre tela
Dimensiones: 1,28 mts x 88 cm.
Marco: Chapa de hierro
n








Egos
1999
Técnica: Oleo sobre tela
Dimensiones: 1,30 mts x 1,12 mts
Marco: Chapa de hierro








89º 29' La - Norte, 2º 48'Lo - Oeste
1999
Técnica: Oleo sobre tela
Dimensiones: 1,20 mts x 1,101 mts
Marco: Chapa de hierro
n










65º 30' La - Norte 160º 29' Lo – Este
1999
Técnica: Óleo sobre tela
Dimensiones: 1,00 mts x 1,00 mts
Marco: Chapa de hierro













54º 59' La - Norte, 10º 20' Lo – Este
1999
Técnica: Oleo sobre tela
Dimensiones: 1,88 mts x 2,42 mts
Marco: Chapa de hierro






90º 2' La - Norte, 10º 38' Lo – Oeste
1999
Técnica: Oleo sobre tela
Dimensiones: 43 cm x 51 cm
Marco: Chapa de hierro
n












Estela
1999
Técnica: Oleo sobre tela
Dimensiones: 2,28 mts x 1,78 cmts
Marco: Chapa de hierro















Exposición Geografía. Jaime Sánchez, 28 de Septiembre al 16 de Noviembre de 2000. Catálogo Galería Rina Bouwen. Madrid-España



Antes que el mar, la tierra y el cielo, que lo cubre todo, en la totalidad del Universo aparecía un único aspecto de la naturaleza al que llamaron caos (…). Y tal como había tierra, mar y aire, así era inestable la tierra, inhábil el mar y el aire carente de luz; ningún elemento conservaba su forma, y unos eran un obstáculo para los otros, porque en una sola amalgama se componían el frío y el calor, la humedad y la sequía, la sustancia muelle y dura, la pesada y ligera…
Así describe Ovidio los Orígenes del Mundo en el Libro I de sus Metamorfosis. Un panorama mezcla de ciencia y misterio retomado de los grandes mitos teogónicos griegos. Las palabras de Ovidio describen un estadio anterior a la creación, cuando los continentes no se habían formado aún, la luz no moldeaba objeto alguno y el orden natural estaba presidido por el caos. Después vino la armonía, la simbiosis entre los elementos, la perfecta relación entre los opuestos, la fluidez de materias líquidas y sólidas. Las pautas de luz y oscuridad vinieron a definir el tiempo mientras lentamente se configuraba en un hábitat para el ser.
Los paisajes helados de Jaime Sánchez reunidos en esta serie acaso pudieran ubicarse imaginariamente en esa especie de Era Geológica continuadora de lo existente, la cual no pretendería ser sino reflejo de una “narración pictórica” cargada de contenido filosófico subyacente.
Jaime Sánchez nos ha llevado de la mano por los infiernos como un Virgilio sin malévola intención. Nosotros nos hemos dejado seducir, conscientes del peligro, accediendo casi involuntariamente a este mundo fantasmagórico anterior y posterior al tiempo. Porque no hay herramienta que controle el universo de los sueños y, aún sabiendo el dolor que conlleva en ocasiones el hecho de soñar, no podemos dejar de hacerlo. Entremos pues en este paraíso perdido, asumamos el riesgo de resbalar y toparnos de bruces contra el suelo.
Un vacío indescriptible habita la tundra, un frío de pesadilla acecha con su silencio punzante cualquier posibilidad de refugio. La extensión infinita del espacio nos ahoga al tiempo que nos provee de alas para volar más allá, hacia una especie de oscuridad milagrosamente iluminada. Hacia un planeta sin vida a cuya heladora aridez primera se acostumbra poco a poco nuestro cuerpo.
El desaliento inicial que produce lo inerte se torna de pronto en presencia enterrada de algo palpitante; un pertinaz latido se oye en lo profundo de los múltiples agujeros negros que salpican nuestro caminar por estos parajes níveos. ¿Es la Esperanza? Quizá sea Eros aún por eclosionar; el nacido de las entrañas de la Tierra tras ser fecundada, cuando la Noche fue definitivamente liberada de su fértil penumbra y se disiparon las tinieblas…
Algo se halla todavía oculto bajo el manto blanco. El anhelo de lo desconocido.
¿De dónde provienen estas obras? ¿Cuál es la génesis de tan fascinante aventura? ¿Cómo se gestan en la mente del autor las imágenes de esta Geografía, territorios que extrañamente aúnan belleza y asepsia, quietud absoluta e invisibles movimiento? Sería osadía o cuando menos banalidad tratar de hallar la explicación a todos los desvelos del artista, aunque siempre podamos dar nuestras propias respuestas. Sólo hace falta detenerse a contemplar con los ojos de la ilusión…
Veamos masas compactas se quiebran y abren grietas abismales; vertiginosos remolinos de nieve, huellas enigmáticas de alguna presencia ancestral (¿humana?), sendas trazadas que se pierden en el horizonte. Seguimos caminando y adivinamos reconfortados la calida atmósfera de un habitáculo desdoblado en series de “viviendas mínimas”; compartimentaciones de primitivos lares-iglus, acaso ignotas estancias de futuristas. Mientras, el día cae sin llegar a morir nunca del todo; las sombras de las estalactitas se alargan como melancólicos cipreses y nos preguntamos una vez cual será, si existe, el final de nuestro viaje. La meta última de ese deambular agridulce al que nos invita la sana locura de Jaime Sánchez.
Inocencia y mordacidad, metáfora y realidad tan palpable como estos gélidos bloques de hielo, conforman la raíz de unas pinturas nacidas a partir de esa innata capacidad de asombro de su hacedor ante el mundo y el individuo.
El individuo, he aquí la clave, la piedra angula que sustenta toda la obra pictórica de Jaime Sánchez. Desde aquellos hoy lejanos trabajos de envergadura bautizados Estelas de la Memoria, donde el espejo de la pintura era la propia piel y su diario vivir, hasta estos cuadros recientes agrupados en deshabitas geografías, que bien pudieran ser en términos universales el “no lugar”, todos los sitios y ninguno, frente al caul cada uno puede reconocerse y reconocer al otro. Entre ambos momentos se despliega la trayectoria cambiante, escurridiza a veces,, de un artista que prefiere hablar de de asuntos trascendentes antes de optar por la frivolidad del “pintar por pintar”. En ese sentido, la inquietud cultural de Jaime es rotundamente necesaria a la hora de un proyecto nuevo. Un poso de lecturas que funden la utopía y veracidad atroz, búsquedas de ese absoluto imposible, indagaciones en la numerología (recuerdo la magnífica y aplaudida serie La Esperanza Matemática expuesta en Madrid hace unos años), la lógica del pensamiento contemporáneo o los anales de la historia del arte. Todo ello compone la variopinta hacienda intelectual de quien tampoco rehúsa echar mano a las novelas histórico-fantásticas de Saramago con su sabia ironía, los cuentos de Allan Poe o las escabrosas sendas “proustianas”.
La palabra escrita es, por tanto, un medio imprescindible en el proceso creativo de Jaime Sánchez (a menudo incluido de modo sígnico en sus obras). A través de ella, el artista se repliega en si mismo, spicoanaliza y autodescubre al otro lado del mundo, en soledad. Sin embargo, el punto de partida para la invención no queda en modo alguno sometido a la literatura sino que se amplía en multitud de registros tan pronto derivados de lo dicho por otros como sacado de su cosecha particular: una íntima percepción y asunción de lo intemporal y cósmico pero también del mundo alrededor y el lugar que en él ocupa el individuo. Detrás de ello, la eterna pregunta en torno al sentido de la existencia.
Al margen de influencias externas excesivas, ajeno a las corrientes más o menos de moda y, contrariamente a lo que por ese motivo se pudiera creer, inmerso por completo en el contexto plástico internacional contemporáneo, Jaime Sánchez se zambulle sin prisas en las aguas templadas de la pintura, bucea hasta el fondo y cuando sale a la superficie ya tiene en sus manos un nuevo tesoro que mostrarnos: veinte grandiosos óleos de amplios formatos cuadrados y rectangulares, veinte majestuosas “geografías” realizadas en una riquísima gama de grises y blancos mezclados con los mágicos poderes de su alquimia y cuidadosamente enmarcados por planchas de acero que a veces se despliegan en auténticos cuadros añadidos tras ser pintados y posteriormente rayados. Tanto en estos dípticos de sugerentes efectos visuales como en las demás telas, los utensilios de pintor son los tradicionales del arte; sin embargo, el concepto de obra participa, como no podría ser de otra manera, de lecturas que superan la idea del “cuadro-ventana” para conjugar asimismo la de “cuadro-objeto”, es decir, aquel que posee un significado pleno sin el apoyo necesario de la representación, porque, aparte del contenido semántico o metafórico que se pueda dilucidar de estas pinturas (en principio figurativas), hay también un interés específico del autor por atribuir a lo hecho una intrínseca calidad estético-formal independiente. Objetivo que a su vez redunda en las bases del arte moderno una vez que éste supo desprenderse del peso de la imitación (“Un cuadro no significa otra cosa que sí mismo” afirmaba Von Doesburg).
En este sentido, las creaciones de Jaime Sánchez poseen la maravillosa ambigüedad de lo inclasificable, de lo ilimitado, que al mismo tiempo se deriva de su libertad expresiva para deshacer las fronteras convencionales entre abstracción y figuración. Como escribía Corn Block en su ensayo titulado “Historia del Arte Abstracto”: “El proceso de abstraer está unido a una reducción de las formas de la naturaleza a lo ‘típico’ o ‘relevante’.” Una actitud sólo en parte extrapolable (porque es obvio que aquí la idea precede a la forma) al procedimiento sintáctico de Jaime Sánchez si atendemos a la voluntaria reducción de los elementos del paisaje natural/imaginado a volúmenes y planos geométricos. Y una postura, por otro lado, relacionada con esa mentalidad abierta a cierto mestizaje artístico, portadora de dicotomías perfectamente hermanables como pudieran ser el naturalismo y la objetivación simbólica.
HACIA UN ESPACIO-PINTURA EN BUSCA DE LA ISLA DESCONOCIDA
Siguiendo pues, la línea a veces abrupta, otras de un planicie monocorde y siempre sustentadora de ese equilibrio de contrarios al que nos tiene acostumbrados Jaime Sánchez, comentar tres rasgos que me parecen particularmente distintivos en la manera de hacer del artista.
En primer lugar, la interpretación espacialista de la pintura. La superficie del cuadro se concibe como un todo unitario dominado por una acción lumínica y los diferentes matices visuales, a menudo tendentes a la monocromía que de ella se derivan. El carácter bidimensional de la materia pictórica se rompe mediante la intrusión en la tercera dimensión o, en la obra que nos ocupa, a través de las matizaciones gestuales y la perspectiva. Con respecto a esta última y desde mi punto de vista, ese ilusionismo practicado recientemente nonos debe llevar al engaño, pues responde más a una categoría de recurso plástico que al mero afán de la interpretación realista.
En segundo lugar, un buscado “reduccionismo formal” y descriptivo destinado a expresar con pocas palabras el ideario propio. Economía de medios asentada además en una suerte de semiótica minimalista que por ende justifica la fisicidad y autonomía de la obra así como la inclinación del artista a trabajar con seriaciones y sistemas modulares (véanse por ejemplo sus emblemáticos Egos).
Finalmente, y como contrapunto en apariencia anacrónico, destacar el intenso lirismo no sólo el sello poético de su lenguaje pictórico, sino sobre todo la esencia humana que encierra el discurso sise me permite “pretecnológico”, de una pintura guiada en general por u n fuerte sentimiento autobiográfico. Aunque en ningún caso hayamos de confundir el talante anímico con la exaltación emocional.
Quizá a estas alturas sea arriesgado tratar de situar la figura de Jaime Sánchez dentro de un panorama general del arte que precisamente huye o al menos lo intenta de ese encasillamiento gratuito del artista en cualquier corriente posmoderna. No obstante, la tentación me lleva a ubicar el sentir artístico de Jaime a medio camino entre la reflexión introspectiva reivindicada por muchos artistas de los 80, en cuyo epicentro se hallaba una especie de “vuelta a la naturaleza” desde la reinterpretación neorromántica de lo incontaminado, y la toma de conciencia de una realidad muy otra, una realidad hostil, destructiva, que conduce a la catástrofe inevitable. Sin llegar al pesimismo radical y grandilocuente de un Kiefer, cuya exasperada violencia casi nihilista Jaime Sánchez no comparte, el expresionismo lírico (si es que se me tolera dicha “etiqueta”) de nuestro pintor deja siempre una posibilidad de salida, de escape, de huida hacia esa isla desconocida sólo existente en el deseo.
Nada más queda esperar. Que la tenue pero vital claridad de estos paisajes permanezca inextinguible al igual que perdura el arte a través de los tiempos. “La vida es breve, largo es el arte” (Hipócrates).